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Somos contradicción

En estos días no se me quita de la cabeza la canción, de mi paisana y admirada Rozalen, somos contradicción y el libro Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. Las primeras páginas del libro de Saramago, que compré por azar y matar el tiempo hace años en el aeropuerto de Santander en el que me quedé tirada por tormenta, describen casi lo mismo que estamos viviendo estos días con el maldito virus, medidas de aislamiento, contagios masivos, consecuencias económicas, reducción de los servicios y un largo etcétera que acaba en la ceguera total de la humanidad. Y la verdad, eso me aterra. Y me imagino preparando una mochila para sobrevivir y me recreo pensando en que metería dentro y cómo usaría los recursos que tengo disponibles en el campo. Llegados a este punto hasta me entra cierta excitación al visualizarme como una mochilera apocalíptica que portea a su bebé. Y entonces me doy cuenta de lo que me gusta mi idea romántica de las cosas. Lo mismo que me pasó con la maternidad. Nada o poco tiene que ver lo que fantaseaba con lo que es. ¿No os pasa a vosotros? Entonces es cuando en seguida pienso que ojalá toda esta locura acabe pronto para que mi amiga Palmira pueda comprar algo más que sal para lavavajillas.

En contraposición a la parrafada anterior, hace dos días que observo como las bacterias devoran la masa madre que estoy preparando y ayer recolecté las flores de romero que están cerca de mi casa para preparar una loción artesanal para fortalecer el pelo. Pivoto del negro al blanco y transito la escala de grises de la cotidianidad de criar a un bebé como si nada estuviese pasando. Como lees, soy pura contradicción como Rozalen. ¿Será que así somos los de Albacete?

En estos momentos de encierro, de volver a casa, a nosotros mismos, a la incertidumbre, al reloj que no avanza, a la quietud, al alboroto en casa con los niños o al sonido de los pájaros con el silencio de la calle, cada uno se encuentra con lo que siempre fue. ¿No te parece?

Son las ocho y los aplausos llegan mudos al monte, pero me quedo, con cierta envidia de no vivirlo, con la emoción de mi amiga Palmira cuando me cuenta que sale a aplaudir y ve en los balcones la cara de gente que nunca antes había visto.

 

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